Amor y Odio al Real Madrid
No soy hincha del Real Madrid, a pesar de haber vivido, en mi juventud, a varias manzanas del Estadio Santiago Bernabéu. A los 9 años, en Concha Espina; a los 24, en la Calle Panamá. Recuerdo que en aquellos tiempos podías entrar gratis al estadio en el medio tiempo y subir a la tribuna de pie. Desde allí veía jugar a grandes estrellas: Pachín, Pirri, Puskas, Gento... y más tarde a Camacho, Santillana, Juanito y el siempre polémico Uli Stielike. Sin embargo, mi primer equipo, a los 9 años, fue el Rayo Vallecano. ¿Por qué? ¡Porque sonaba a grupo de superhéroes! "El Rayo". Luego, a los 24, viajé a Sevilla para ver un Brasil vs Escocia en el Benito Villamarín durante el Mundial '82 y salí enamorado del barrio de Triana, los cortijos, el jerez y la pasión bética. Sonriendo me dije: "De ahora en adelante, soy bético."
Entre el amor y el odio
¿Y qué tiene que ver el Betis con el amor y odio al Real Madrid? Pues nada... y todo. Soy un aficionado al buen fútbol, un observador objetivo. Reconozco a los equipos con grandes jugadores, aunque claro, mi objetividad se tambalea cuando juegan contra el Betis. ¡Faltaría más! Aun así, respeto el talento. Un golazo mágico merece aplauso, sin importar la camiseta. ¿Qué madridista no aplaudió el golazo de Ronaldinho en el Bernabéu? ¿Qué culé no reconoció la obra de arte que fue el gol de Mágico González contra el Barça de Maradona? El buen fútbol es eterno. Se queda grabado en la retina.
Los que somos de otros equipos vivimos una relación esquizofrénica con el Madrid: lo amamos y lo odiamos. Nos encanta ver caer a un grande frente a un modesto, pero también disfrutamos de la calidad sublime de sus mejores jugadores. ¿Quién no se maravilló con la volea de Zidane en Glasgow? ¿O con ese tiro imposible de Roberto Carlos que parecía una serpiente luminosa? ¿Quién no se levanta de la silla viendo a Vinicius o Mbappé romper defensas como si fueran conos de entrenamiento? La explicación es sencilla: ver maestría genera placer. El talento provoca simpatía emocional.
Las luces y sombras del Madrid actual
¿Y por qué también odiamos al Real Madrid? Por morbo, sí. Pero también porque representa poder, éxito y, a veces, un aire de superioridad que genera resistencia. Odiarlo es casi humano: un cóctel de rebeldía, identidad de grupo, búsqueda de justicia, algo de envidia... y toneladas de narrativa épica. ¿Y este Madrid actual? Sinceramente, no me enamora. Veo demasiadas quejas, gestos teatrales y llanto. En la Final de Copa fue un recital de protestas más que de buen fútbol. Feo, feo, feo. Un Madrid llorón merece ser odiado, no por su grandeza, sino por su incapacidad de llevar el partido con la dignidad que exige su escudo. Hoy, curiosamente, el Barça juega mejor: más bloque, menos teatro. También lloran, sí, pero lo disimulan con buen fútbol.
En fin, el Real Madrid es como una estrella lejana: brilla con tanta intensidad que a veces deslumbra, a veces irrita, pero nunca pasa desapercibido. Amarlo u odiarlo forma parte de la esencia de ser hincha. Pero una cosa es segura: mientras el Madrid despierte emociones, buenas o malas, seguirá siendo eterno como el chocolate caliente y los churros de la Chocolatería San Ginés.